«Somos seres humanos, somos seres humanos y tenemos derechos. No es justo que nos traten así. Llevamos niños, no les importa; y tenemos mucho tiempo en México».
Génesis Parra, una mujer venezolana con un menor a hombros, gritaba desesperada entre la muchedumbre.
La escena la grabó el diario La Verdad el 12 de marzo en el puente internacional Paso del Norte, que une el municipio mexicano de Ciudad Juárez con el estadounidense El Paso.
Fue el más reciente intento de cruce masivo en el punto de la frontera entre México y EE.UU. que más sufre la presión migratoria, alentada en parte por un rumor que circulaba en redes sociales.
La situación acabó con la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) cerrando el puente al tráfico de peatones y con agentes con escudos antidisturbios repeliendo a los migrantes. Pero fue quizá lo que dijo al día siguiente el alcalde de Ciudad Juárez, Cruz Pérez Cuéllar, lo que mejor dejó patente la olla a presión que se ha vuelto la zona.
«La verdad es que nuestro nivel de paciencia se está agotando«, afirmó en su comparecencia semanal. «Vamos a tener una postura más fuerte en este sentido (con los migrantes varados sin poder cruzar a EE.UU.), en cuidar la ciudad».
Esa tensión y desesperación, coindicen organizaciones y expertos, es el trasfondo de la tragedia ocurrida en la noche de este lunes en un centro de detención que el Instituto Nacional de Migración de México (INM) tiene en el municipio fronterizo, donde por un incendio fallecieron al menos 38 personas y 29 resultaron heridas.
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