México perdió 55% de su territorio en la guerra de 1845 contra Estados Unidos, pero unas islas frente a la costa de California podrían haber permanecido en territorio mexicano.
Durante tres semanas de septiembre de 1972, una bandera mexicana ondeó en lo alto de la isla Santa Catalina, frente a las costas de California, en Estados Unidos.
«¡Estamos siendo invadidos. Soldados mexicanos están reclamando la isla!», exclamó una secretaria de la oficina de gobierno de la localidad isleña de Avalon, según reseñó entonces el diario Los Angeles Times.
No eran soldados, ni una invasión formal.
Pero sí unos uniformados del grupo Boinas Cafés, integrado por chicanos (estadounidenses de origen mexicano) que estaban reivindicando para México las islas del Archipiélago del Norte (conocidas en EU como Channel Islands).
Aunque que se trataba de una protesta simbólica para visibilizar las luchas por los derechos sociales de los chicanos, la reivindicación se basaba en un episodio clave de la historia de EU y México.
Y es que Santa Catalina, junto a las dos decenas de islas y rocas ubicadas frente a las costas de California, nunca fueron mencionadas en el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, que puso fin a la invasión de EU a México.
El pacto obligó a México a ceder el 55% de su territorio a su vecino del norte, pero no incluyó esas islas.
“Aunque políticamente hoy resultara inviable la reclamación mexicana, para algunos el derecho de México sigue vigente”, le dice a BBC Mundo el experto en derecho internacional Juan Carlos Velázquez.
El académico, que ha analizado el caso en un libro (2007), explica que el gobierno de México nunca prestó atención a la soberanía que pudo tener sobre las islas luego de firmar el tratado.
Y cuando quiso hacerlo, casi un siglo después, ya era demasiado tarde.
La preciada California
El Archipiélago del Norte está conformado por 10 islas y 12 rocas cuya extensión suma unos 1.000 kilómetros cuadrados.
En sí mismas nunca fueron un territorio clave, pero sí estaban dentro del gran objetivo de Estados Unidos de hacerse con la costa de California.
Desde inicios del siglo XIX, la naciente potencia norteamericana buscaba vías para acceder al Pacífico, explica a BBC Mundo la historiadora Guadalupe Jiménez Codinach. Pero ese territorio pertenecía a Nueva España y luego a México.
“Intentos hubo muchos, incluidos los de comprar la Alta California, de comprar la Baja California”, señala la académica, que trabajó durante 10 años en la Biblioteca del Congreso de EE.UU., donde tuvo un acceso privilegiado a documentos históricos sobre este tema.
William Shaler, un diplomático y agente del gobierno de EE.UU., había intentado “bombardear San Diego en 1803 y no lo pudo tomar”, explica Jiménez.
“En su diario él va diciendo dónde es fácil desembarcar, en tal ensenada, en tal lugar, cuántos barcos se pueden llevar y cuántas tropas. Y al final dice que España nunca va a poder defender esto. Se puede tomar toda la península [de Baja California] y la Alta California».
Jiménez también revisó documentos que hablan de intentos de compra del territorio. Cuando México se independizó en 1821, le ofrecieron a Agustín de Iturbide, el primer gobernante del país, y sus sucesores un acuerdo de compra.
“Pero ningún gobierno aceptó la venta”, explica la historiadora.
La situación, sin embargo, cambió con la invasión de México que emprendió Estados Unidos en 1845. Su superioridad armamentística y la debilidad de México por las disputas políticas internas, desembocó en la toma de Ciudad de México en septiembre de 1847.
Luego de casi cinco meses, el gobierno de México accedió a firmar el Tratado de Guadalupe Hidalgo, el cual puso fin a la guerra en 1848 a cambio de 2,3 millones de kilómetros cuadrados de territorio, incluida la Alta California.
México fue “compensado” con US$15 millones, es decir, US$6,5 por kilómetro cuadrado.
¿Qué decía el Tratado?
El Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo, como fue llamado formalmente, tuvo una redacción muy general al señalar los nuevos límites fronterizos entre ambos países, explica Juan Carlos Velázquez.
El artículo V señala que la “línea divisoria entre las dos repúblicas comenzará en el Golfo de México, tres leguas fuera de tierra” frente al río Bravo (llamado Grande en EE.UU.). Al llegar el río a la ciudad de El Paso (Texas), la frontera correría hacia el oeste en línea recta.
“Continuará después por mitad de este brazo y del río Gila hasta su confluencia con el río Colorado; y desde la confluencia de ambos ríos la línea divisoria cortando el Colorado, seguirá el límite que separa la Alta de la Baja California hasta el mar Pacífico”, remata.
En la redacción del tratado, no se menciona las islas del Archipiélago del Norte.
“El tratado apunta hacia la parte continental, que no insular. Por extensión se entiende que lo que deriva son las islas, pero en aquellos tiempos no existía convención de derecho de mar ni reglas claras de hasta dónde es el dominio de una isla o una zona económica exclusiva”, explica Velázquez.
Las islas quedaron en un limbo en un tiempo en el que el derecho internacional era otro. La zona de dominio que se da por extensión hacia el mar era de tres millas, y no alcanzaba a las islas del archipiélago.
México en ese momento pudo reclamar el derecho de soberanía sobre ellas.
¿Podían volver a ser mexicanas?
Después de la guerra, Estados Unidos tomó el control de su nuevo territorio, incluidas esas islas frente a la costa sur de California. Y hubo amenazas sobre la península de Baja California, donde tropas de Washington mantuvieron su presencia meses después de la firma del Tratado, explica Jiménez.
“La veían sumamente estratégica, pero los mexicanos lograron mantenerla”, añade.
En Ciudad de México, entre tanto, la posición del gobierno quedó muy debilitada. Las pugnas por el poder siguieron entre liberales y conservadores, además de que había temores de una nueva intervención estadounidense: “En México hemos tenido gobiernos muy débiles ante Estados Unidos”, reflexiona la historiadora.
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