En el corazón de México hay un pueblo que parece trasplantado desde Italia.
Aquí los restaurantes mexicanos y tiendas de abarrotes dan paso a trattorias, pizzerías, y tiendas de delicatessen italianas.
Muchos de sus 4.500 habitantes son “güeritos, de ojos claros” y hablan véneto, una lengua procedente de la región del mismo nombre en el noreste de Italia.
Pero aquí en Chipilo de Francisco Javier Mina, como se llama este pueblo a 15 kilómetros de la ciudad de Puebla, el véneto suena diferente.
Es “único” porque está mezclado con náhuatl y español.
Se le apoda “véneto chipileño”, le dice a BBC Mundo el antropólogo e historiador chipileño Miguel Esteban Kadwrytte Dossetti.
Los antepasados de Dossetti migraron a México junto a otras decenas de familias vénetas y fundaron Chipilo en 1882.
Hoy, a más de 140 años de su fundación, los chipileños presumen con orgullo de conservar casi intactos su tradición y habla en el país con más hispanoparlantes del mundo.
Y aunque este véneto chipileño no está reconocido como una variante oficial del véneto, lingüistas que lo estudiaron reconocen su autenticidad y defienden que su historia no está lo suficientemente comprendida.
Un ristretto entre chipileños
Chipilo recibe al viajero rodeado por imponentes vistas de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, que en el día de nuestra visita no para de expulsar humo y cenizas.
El centro del pueblo está dominado por una pequeña parroquia y una plaza contigua donde se erigen el centro cultural Casa de Italia y el Museo de la Migración Italiana.
A lo largo de la avenida principal se repiten los establecimientos de comida italiana (siempre con algunos clásicos mexicanos en el menú) donde los locales desayunan temprano.
Como pueblo pequeño, aquí la mayoría se conoce.
Y mientras muchos degustan un ristretto -el clásico café corto y fuerte italiano- se sueltan un Gia mano, statu come (Hola, ¿cómo estás?).
Al comienzo cuesta entender la lengua en que se comunican los chipileños, que hasta hoy la siguen usando como la principal para hablar entre ellos.
Pero al cabo de un rato el oído se acostumbra y empieza a detectar vocablos.
“De los 4.500 habitantes, 3.800 son descendientes directos de los fundadores que emigraron desde Italia. El 90% sigue aprendiendo véneto desde casa”, le cuenta a BBC Mundo Arturo Berra Simoni, cuyos bisabuelos formaron parte de las decenas de familias italianas que fundaron Chipilo en 1882.
“Hoy pasa menos, pero en mi época, cuando de niños empezábamos la escuela, sabíamos muy poco español y apenas entendíamos a la maestra”, dice entre risas.
Los primeros chipileños
A los pies de la iglesia principal, Kadwrytte Dossetti enseña las particularidades “italianas” del templo.
“A diferencia de las barrocas que rodean la zona, esta iglesia es de estilo neoclásica y el campanario está detrás y no delante. Dentro también está una imagen de San Antonio de Padua, un santo muy venerado en el Véneto”, le muestra a BBC Mundo.
Los primeros chipileños salen de una Italia en crisis y llegan a un México que busca transformarse.
“Tras la reunificación de Italia en 1871, el Véneto estaba en conflicto con varias regiones colindantes y el Piave, un río clave, sufrió graves inundaciones que afectaron a muchos habitantes”, dice Berra, quien fundó el Museo de la Migración Italiana en Chipilo.
“En México, el gobierno de Porfirio Díaz quería modernizar el país, atrayendo migración europea que trajera técnicas modernas de producción”, completa Kadwrytte Dossetti.
Entre 1881 y 1882 llegaron alrededor de 3.000 italianos al puerto de Veracruz, quienes se acomodaron en varias colonias del país tras firmar contratos de compra de terrenos expedidos por el gobierno mexicano.
Chipilo se fundó el 7 de octubre de 1882 por decenas de familias.
En el pueblo perviven los Berra, Dossetti, Colombo, Carnelli y otras decenas de apellidos italianos.
Lo que hoy es Chipilo era entonces una extensión prácticamente vacía y estéril.
Los fundadores, a quienes les prometieron tierras fecundas a cambio de fomentar cultivos europeos, se frustraron al llegar.
Ni los terrenos eran lo suficientemente fértiles ni era posible plantar vides u olivos mediterráneos.
Pero se reinventaron, compraron ganado y arrancaron una industria exportadora de quesos y otros lácteos que por décadas sostuvo la economía.
Hoy la producción de lácteos se destina más para el consumo local y al pueblo lo mantiene sobre todo su fabricación de mueblería rústica que se exporta principalmente a Canadá, Estados Unidos, Europa y Arabia Saudita.
El “véneto chipileño”
El véneto es una lengua romance con múltiples variaciones amenazada por su condición minoritaria.
Además de México, en América Latina todavía se habla entre descendientes italianos en países como Argentina, Venezuela o Brasil.
Pero Chipilo es un caso sin parangón por cómo se conserva en una comunidad entera, incorporando vocablos náhuatl y españoles para nombrar alimentos, plantas y tecnologías que no existían en Italia al momento de migrar.
“En Chipilo se habla la variedad basso bellunese (bajo belunés). Es muy inusual, dado que las fuerzas económicas y sociales empujan a que los migrantes abandonen su herencia idiomática después de un par de generaciones”, le explica a BBC Mundo Caroline MacKay, lingüista que investigó el véneto en Chipilo.
“En otras partes de América Latina donde migraron vénetos, éstos no encontraron una comunidad cohesionada y homogénea que pudiera conservar su identidad y lenguaje entre culturas mayoritarias”.
Lo curioso es que a pesar de la evolución hacia este véneto chipileño, cuando los vénetos actuales en Italia conocen a chipileños recuerdan la forma de hablar de sus abuelos.
“Esto es porque en Chipilo todavía se usan formas gramaticales y palabras que ya no son comunes en Italia”, dice MacKay.
La lingüista añade que esta conservación se debe al “relativo aislamiento” en el cual durante muchas décadas vivió Chipilo, potenciado por su independencia económica y éxito empresarial.
Chipilo, entre su pasado y su futuro
El Monte Grappa es una pequeña colina cargada de historia en Chipilo.
Aquí los chipileños tomaron las armas y defendieron su pueblo durante la revolución mexicana.
Desde lo alto se ve el crecimiento implacable de la ciudad de Puebla, que amenaza con engullir sus alrededores, una situación que se repite en las grandes conurbaciones mexicanas.
Los chipileños tuvieron una relación compleja con sus vecinos por décadas.
“Por muchos años fuimos los de afuera, ‘los ladrones’, a pesar de que estos terrenos los compraron nuestros antepasados”, cuenta Berra Simoni mientras camina hacia el cementerio.
Entre las tumbas grabadas con apellidos italianos, una llama la atención. Lleva el símbolo fascista.
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