De la mano de la escritora Beatriz Helena Robledo, la reconocida pianista colombiana ha publicado sus memorias con la editorial Debate. La suya es una historia de sobrevivencia y de reafirmación del poder sanador del arte
Me mostró sus manos, son grandes, calientes y sus dedos largos. Las manos de la pianista Teresita Gómez guardan la historia de décadas dedicada a la música, de esa niña que tocaba a escondidas en las noches ignorando el origen de su talento -su padre biológico fue el pianista Pietro Mascheroni detalle que descubre de adulta-, de las veces que fue despreciada por su color de piel o su estrato social. Una vida marcada por el sino trágico, pero que en la música encontró una especie de salvación o al menos una reivindicación ante el clasismo y el racismo. “Hago parte de esas mujeres guerreras que les ha tocado solas hacer su camino”, dice.
Hoy esta artista, que cumplió ochenta años y ha recorrido los escenarios más importantes de la música clásica con su talento, a pesar de tener todo en contra, decidió que sus memorias fueran parte de su legado con la esperanza que otras mujeres se sintieran identificadas. Cuando Gómez repasa las fotos que acompañan el libro, recuerda el amor que le brindaron sus padres adoptivos, la ternura que le produce verse de pequeña frente el piano. Se quiebra al ver la imagen de su hijo fallecido. Le señalo un retrato de ella que me ha gustado: aparece regia, con un carácter imponente y un cigarrillo en su mano derecha. “¿Te parece una foto bonita? Ese día estaba muy triste”.
-Imagino que no fue sencillo durante el proceso del libro volver a ciertas etapas de su vida.
-Es así, toco varios puntos que no los he hablado en las entrevistas: la muerte de mi hijo, mi padre biológico, la cárcel, de momentos muy traumáticos. Desde los años noventa siempre me decían que debía hacer mi biografía, recuerdo que una vez le pregunté a un maestro zen si debía hacerlo y me dijo: “Si tienes algo importante que decir a los demás, hazla”. Eso me generó dudas porque yo no he descubierto nada o hecho algo que sea realmente importante. Hasta que la gente empezó a decirme que debía visibilizar todo lo que pasé por mi color de piel, la responsabilidad de ser madre y cabeza de familia y tantas cosas que nos tocan a algunas mujeres enfrentar. Se ofrecieron muchos hombres a escribirla, pero no había confianza, estaba segura que tenía que ayudarme a escribirla una mujer. Me acordé de Beatriz Helena Robledo, conocía su trabajo y la biografía que hizo de María Cano. Es imposible decir todo en una biografía, hay cosas que no interesan para nada y más sin son chismes. Toco muy poco la parte de los padres de mis hijos por respeto a ellos, uno no puede poner en el papel verdades que les podrían hacer mucho daño.
-¿Cómo definiría tantas adversidades?
-Viéndolas hoy aún son dolorosas. De todas esas experiencias tan fuertes, lo más importante es que te puedas levantar. Cuando te levantas de una tragedia, ese mismo dolor te da fuerzas para seguir.
-Usted es comparada con Nina Simone por la similitud de sus historias. De hecho, cita una de sus frases en los epígrafes del libro: “Nadie me había dicho que el color de mi piel marcaría para siempre una diferencia en todo lo que hiciera durante mi existencia”. ¿Qué evitó no caer en una tragedia mayor dentro de su tragedia?
-Sí, pude caer, más en esa época en Colombia donde la cocaína era algo muy social. La probé, pero rápidamente me di cuenta que las adiciones engañan, te hacen creer que son buenas, pero no es verdad. El yoga, la meditación y al zen permitieron conocerme, encontrar mi fortaleza. Vivía una soledad muy fuerte, así que estas prácticas fueron un consuelo, un apoyo, logré esquivar muchas cosas. Por otra parte, en el zen descubrí mi lugar, aprendí a vivir el aquí y el ahora lo mejor que pude. Me ayudó a trabajar mis miedos y mi ego.
-¿En qué sentido trabajó su ego?
-Yo tuve un ego bajito, por mi raza nunca me sentí superior a nadie. Por eso la música fue para mí un camino de sacerdocio, tiene el poder de comunicarse con los otros a través de la energía del sonido.
-Un momento duro en sus memorias es cuando habla de la operación de sus manos.
-Imagínate, encima de todo me quedo sin manos, esa fue la prueba más fuerte en mi vida y la cárcel. Eran finales de los años setenta, me iban a dar cuarenta años, me acusaron falsamente de un atraco a la Caja Agraria y de reunirme con el M-19. Fueron veinte días, los militares me hicieron dieciocho interrogatorios, me trataban como si fuera una persona de alta peligrosidad. Yo casi no comía, dormía de día, en las noches no se podía porque escuchabas los gritos de la gente que era torturada.
-¿A usted la torturaron?
-No. Mi tortura era cuando me tocaba irme a bañar, no había techo y los hombres me miraban y me decían cosas.
-¿Cómo afronta la finitud de la vida?
-En algún momento le tuve mucho miedo a la muerte, de no alcanzar ser la mejor en la música. De niña fui hipocondriaca: a veces salía corriendo porque sentía que la muerte venía detrás de mí, tenía que dormir con la luz prendida. El zen me ha ayudado. Yo tengo la costumbre que antes de acostarme dejo la cocina arreglada, pienso: si muero esta noche, no quiero que la gente venga a lavar los platos. Yo sé que estamos de preaviso.
-¿Cree en la reencarnación?
-Sí.
-¿En qué le gustaría reencarnar?
-Ser una monja zen. Venir desapegada para poder ayudar a los demás, sin lazos, no tendría hijos, es una responsabilidad muy grande y más hoy; es muy difícil.
-Parte de su vida también la ha dedicado a la docencia.
-Cuando uno enseña aprendes del alma de la otra persona. La música devela las alegrías o los fantasmas de los alumnos, uno es casi como un psicólogo. Mi labor es sacarlos de esa visión del éxito y el dinero fácil. Creer en el éxito es lo más engañoso del mundo, es condenarse a uno mismo porque no es permanente.
-Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Teresita Gómez?
-En el zen aprendes que debes estar muy adentro de ti, hacer un trabajo individual fuerte para poder resistir el afuera, donde están las monstruosidades y la maldad, porque si eres muy sensible te vas a deprimir y encontrarás la derrota.
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